domingo, 7 de enero de 2018

Por años viví pensando en lo insatisfecha que me sentía viviendo en San Felipe: lo fome que es, lo poco dinámico, lo estacionario que es...
Un día pensé que no podía seguir así y que tenía que encontrar un algo que me gustara, ya que esta era mi ciudad natal y en la que había vivido durante toda mi vida y, quién sabe, quizás viviré por siempre y fue el viento el que me reveló la respuesta: las nubes.
El valle tiene su lado especial en invierno: las nubes caen como cascada por el cerro La Giganta y otros cerros. Si miras hacia la cordillera de la costa al atardecer, verás un paisaje invernal sublime. Las alamedas se llenan de hojas secas que suenan al aplastarlas, corre un viento frío y fresco y, cuando nieva, la cordillera de Los Andes se ve majestuosa, imponente, impoluta.
Hay muchas cosas que no me gustan de vivir aquí, pero las que sí me gustan, le ganan con creces a las otras. Santiago me gusta, sí, pero sólo aquí encuentro la paz del valle. Es como si siempre sonara un piano de fondo cuando miras a sus paisajes. Una obra bella, una obra de arte, una obra conpleta teñida con viñedos, cerros, ríos y esteros.

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